El entrante


El rito gastronómico posee cierto parentesco con la magia. Dado que surge del fuego, como la cerámica o los cuentos susurrados en torno a una noctámbula hoguera, esta liturgia se antepone ante mí como un hechizo, un conjuro surgido desde los tiempos infinitos y de la danza sempiterna de la necesidad y el placer. Más aún se me antoja místico cuando constato el hecho de que se parten de ingredientes enumerados y programados y, pese a ello, nunca el resultado será y es el mismo. Como las personas, todo plato es único y yace ante nosotros como desenlace de la incertidumbre, de la imprevisibilidad. Un amante de la cocina, ¿qué es? Pueden definirse como gourmets, seres taciturnos cuyas mandíbulas mastican mitos, fruncen el ceño y se agolpan en el sacerdocio del saber. Hombres regidos por el dogma y la fe, similares a Brillat-Savarin que firman tratados y adoctrinan un paladar ortodoxo. También pueden ser bárbaros licenciados en la escuela de la vida como sociólogos, individuos cuyas gulas engullen grises mestizajes para defecar la necesidad biológica. Pueden ser glotones, sibaritas, conversos del placer. Pero personalmente me instalo en la idea que ya definió muy bien Carlos Delgado : "la gastronomía es el arte de preparar y apreciar y una buena comida". Ciertamente, la gastronomía es un arte pero también la simetría perfecta de la felicidad, espejo irrefutable de la vida. 

En los tiempos que corren -y nunca mejor dicho- un desordenado enjambre de voces es incapaz de atisbar la felicidad en el rito gastronómico. Con todo, el cocinar comienza a ser un placer con la lentitud. Ya lo decía Eric-Emmanuel Schmitt en su breve novela El señor Ibrahim y las flores del Corán: "la lentitud, ése es el placer de la felicidad". El placer de adentrarse en el corazón de la casa que es la cocina, el interregno, en el suspiro tras la absurda cotidianidad. Avivar la mirada, el olfato, el tacto, el oído, entrecerrar los ojos malheridos del día y derretir la lengua y la nariz en una órbita mística de sabores y aromas. En ocasiones se llega al éxtasis cuando el rito culinario resucita su utilidad de comunicación y se sientan en la mesa varios comensales. La palabra se napa con sabores y las miradas se  inundan en explosiones radiantes de felicidad... Pero no es mi cometido aquí hacer una tesis sobre la gastronomía. Aquí, en un recóndito y olvidado lugar del ciberespacio, entre las especias del señor Vasilis, les convido los secretos de mis especias y mis platos. Les traeré cuentos, sonidos, imágenes, sabores que parecen estar en peligro de extinción y claro, todo esto sin abandonar nuestra cocina. Porque ya lo decía el viejo señor Vasilis: "la comida y la vida necesitan sal para ser más sabrosas". Y aquí tienen mi sal...

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