Estofado de lentejas "Inés y la alegría"



Entonces, me estiré el delantal, llené la sopera de lentejas, y al salir de la cocina los encontré a todos muy juntos, apiñados en el extremo de la mesa opuesto al que ocupaban los enviados del Partido. En medio, habían dejado un espacio vacío equivalente a dos sillas por cada lado, que aproveché para posar la sopera y volverme a mirarlos. —He hecho lentejas estofadas —proclamé, con el acento de madre universal que brotaba de mi garganta en el instante en que los veía a todos sentados, esperándome...

Almudena Grandes, en Inés y la alegría, pág. 441. 



La literatura como la gastronomía están estrechamente hiladas entre sí. Si bien es cierto que Feuerbach dijo aquello de der Mensch ist, was er isst (el hombre es lo que come), Jorge Luis Borges empastó esta frase célebre del pensador alemán en la literatura: uno no es por lo que escribe, sino por lo que ha leído. Por ende, las especias y los frutos de la naturaleza así como las palabras tienen un mismo fin: alimentar el alma. Sabremos por esencia qué persona se refleja en el espejo a partir de sus glotonerías literarias como por sus reseñas gastronómicas. 

Hay un enjambre innumerable de muestras de fusión entre la tinta impresa y los fogones. Obras literarias como "El festín de Babette", de Isak Dinesen o "Gourmet Rhapsody", de Muriel Barbery son tan solo un par de ejemplos de este mestizaje cuya consumición es un jolgorio para los sentidos más sentidos. Sin embargo, una de las lecturas que más me ha fascinado en los últimos tiempos y de la cual debo tirar del hilo de la memoria es Inés y la alegría, de la tan estimada e idolatrada Almudena Grandes. Con Inés y la alegría comienza una serie denominada Episodios de una guerra interminable en la cual, mediante sendas novelas y lidiando entre la realidad y la ficción, la autora madrileña retrata -a modo de los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós- la España silenciada y mutilada, la España en harapos que había pervivido durante la dictadura franquista. Sin querer extenderme mucho ni entrar en detalles, les contaré que en esta primera novela surge la fascinante Inés, la cocinera de Bosost, una chica valiente que, pese las esperpénticas vivencias que ha tenido que padecer, se abre camino durante lustros y en plena lucha para hacer cumplir aquellos sueños que nunca descansan. La autora misma nos advierte ante la primera lectura que en sus páginas se hallan todos los estados que un lector puede simular cuando ruedan sus pupilas, pero también halla episodios, marinadas de platos cuyos aromas se funden con las historias. La propia Inés se convierte en cocinera, abre su restaurante y convida los estados anímicos, la esperanza, el amor, la espera en sus croquetas, en sus tortillas de patatas, en las fabadas y otros platos que custodia con suma delicadeza en su mente. ¿Es la literatura realidad o ficción? ¿Se nutren los libros de nuestra realidad? ¿Puede la ficción convertirse en realidad? Pues si llegan exhaustos a casa en estos días lluviosos, con una leve lumbre dorando la estancia, abren esta novela y extraen una receta es posible que la ficción se convierta en algo vivo en nuestro paladar. ¿No me creen? Pues probemos con unas lentejas estofadas al más estilo de la cocinera de Bosost. 

Nivel: para gourmands de la buena literatura.

Ingredientes: 

  • 500 gramos de lentejas 
  • 1 tomate
  • 1 cebolla
  • 1 pimiento verde
  • 1 diente de ajo
  • Un chorizo asturiano
  • Una morcilla asturiana (esto lo añado yo, no Inés)
  • Un poco de tocino
  • 1 hoja de laurel
  • Una cucharadita de harina
  • Una cucharadita de pimentón dulce
  • Aceite de oliva 
  • Sal

Música: Estrella Morente – Autorretrato

Elaboración: 


Mientras suena la edulcorada voz de Estrella Morente desde nuestro gramófono moderno, algo que en 1944 no existía, ponemos en una cacerola grande un pimiento verde y un diente de ajo, así como un tomate, la cebolla entera, así como la carne (el tocino y el chorizo). No se olviden, obviamente, de las lentejas que habremos puesto en remojo la noche anterior. Lo cubrimos todo con agua fría pero nunca en exceso. Tal como nos dice Inés, es preferible echarle poco a poco el agua durante la cocción. De esta manera evitamos que las legumbres no salgan hinchadas de agua. El fogón debe desprender un calor templado, es decir, debe de hacerse a fuego lento, con parsimonia, desmigando los minutos con esa calma que nuestro presente ha olvidado. Mientras, sin alejarte mucho de la vera de tus lentejas, abre un buen vino de Rioja y sigue escuchando ese tema que se llama Canción del Bembón y, aunque estés solo, canta al unísono con la cantaora o alienta tus manos con alegres palmadas. Cuando veas que están a punto de terminarse y tras haber añadido, poco a poco, el agua que consumía, extraes todo aquello que no sean las lentejas (cebolla, chorizo, tocino) para trocearlo y volver a añadirlo al plato. Con el fuego apagado cubrimos una sartén con algo de aceite de oliva y en él doramos un casco de cebolla que habremos guarecido con anterioridad. Con una cucharada de madera -que es lo que uso habitualmente, porque no contamina ni ahuyenta los sabores- le damos unas vueltas e inventamos un rocío de especias que cubra el aceite y la cebolla. Hacemos llover una cucharadita de harina y otra de pimentón dulce, mezclándose todo y evitando que se adhiera en el fondo de la sartén. Fusionamos el chorro de oro con las especias y retiramos al minuto para verterlo a la cacerola de las lentejas. Mezclamos y servimos unas letras que son realidad, alimento del alma, plato que solo un personaje como Inés puede hacer con nuestras pupilas y nuestras manos. 

Comentarios

Entradas populares